En defensa del Arqueofuturismo como estética
El concepto acuñado por Guillaume Faye ha generado mucho debate en el contexto de nuestros movimientos de vanguardia político-nacional. Por esta razón, considero necesario explicar mejor el contexto que me lleva a utilizar este concepto y definirlo como una estética acorde a nuestros tiempos, impregnada de valores propiamente occidentales.
La estética (aísthēsis) evoca sensaciones o percepciones relacionadas con la belleza en el arte, su valoración y la experiencia humana en torno a ella. Históricamente, han existido múltiples expresiones estéticas acordes a su tiempo, cada una de ellas imbuida de una ética particular que se manifiesta en las obras correspondientes. Al hablar de estética y ética, es necesario considerar conceptos superiores de los cuales derivan, lo que implica la filosofía y la teología. Así, el Arqueofuturismo (arkhaíos y téchnē), al relacionar lo antiguo o primitivo con la técnica propiamente dicha, implicaría una teología, filosofía, ética y estética inamovibles y profundamente arraigadas en la tradición.
Aunque Faye estableció su propia visión diferenciadora respecto a lo que era filosófica y estéticamente el futurismo, el neologismo "Arqueofuturismo" no se limita a esta visión en términos etimológicos, pues la propia significancia del término permite nuevas interpretaciones y aplicaciones.
Pensar lo contrario sería como limitar la dialéctica únicamente a la visión de la realidad que tenía Hegel, sin considerar las diversas aplicaciones y justificaciones que dieron lugar a nuevas expresiones filosóficas y politológicas. Lo mismo ocurre con el marxismo y sus variantes - como el leninismo o el maoísmo -, que tomaron ciertas ideas de Marx y las adaptaron a sus propios contextos según los autores que postulaban estas variaciones.
Otra de las críticas que se ha hecho es que, como estética artística, el Arqueofuturismo propondría un arte desarraigado de la realidad al no representar lo que el futuro probablemente será. Esta crítica es débil si consideramos cómo el ser humano ha representado sus creencias a nivel imaginativo a lo largo de la historia, desde diversas representaciones metafóricas en movimientos artísticos hasta los mitos de diferentes culturas. A través de relatos completamente imaginarios, estos mitos representaron creencias mediante metarrelatos en forma de distintos arquetipos que resuenan en la realidad. No importa si la mitología griega es real, si sirve para explicar la vida de un héroe, sus padecimientos y aprendizajes, mostrándolo como vencedor frente a un entorno hostil e imaginario en el que se desenvuelve.
Crear escenarios imaginarios basados en ciertos factores existentes en la realidad, como la tecnología, y llenarlos con principios como lo Trascendente, las jerarquías naturales, la soberanía territorial, la lucha entre el bien y el mal, etc., es tan válido como lo que hicieron Tolkien o C.S. Lewis. Ellos, mediante relatos imaginarios en escenarios alejados de nuestra realidad tangible, transmitieron valores relevantes que resuenan en nuestra tradición cristiano-occidental.
Nuestro sector político carece de imaginación y se aferra a lo tangible con una obstinación insistente, negándose a la innovación debido a un arraigo consciente e inconsciente en la tradición. La negativa a utilizar diversos vehículos estéticos para representar nuestra visión de la realidad limita nuestra acción política, dejando el campo de batalla de las ideas completamente vacío de nuestra participación. Esto es sumamente insensato y autodestructivo, considerando que el oponente hace todo lo contrario, conquistando mentes a través de diversas estéticas mientras nosotros nos concentramos en lo tangible y nos negamos a aceptar la innovación artística como vehículo de nuestras ideas más profundas.
Una obra artística implica conceptos a nivel inconsciente que se impregnan en la mente del observador. Por lo tanto, considero pertinente, en un entorno en el cual el interés del ser humano se proyecta hacia el futuro, asumir esta responsabilidad como sector político, poniéndonos a la vanguardia en cuanto al pensamiento politológico y artístico de nuestra época. Y, en efecto, así lo haremos.